Hay Joda

abril 16, 2008

El viernes alas 19:30 se presenta el número 3 de la Revista Diccionario y los responsables, prometen mucho. Vamos a hacérselos cumplir y vamos porque habrá champagne. Por otro lado, ustedes pueden ir para verme a mí, que no tengo nada que ver con la revista pero soy muy lindo.

Después de la presentación, hay más joda. Vayan y compren la revista.

Gym Tonic

abril 7, 2008

18 horas frente a una computadora durante los últimos 5 años me han vuelto un ser bastante insociable, además de procurarme un abdomen medio fofo que ya no es ni siquiera simpaticón. Por esto y porque no se me ocurrió otra cosa, me dejé convencer por unos compañero de trabajo para empezar a ir al gimnasio. Hacía años que no pisaba uno; lo recordaba como una experiencia aborrecible pero no exactamente por qué. Todo vuelve a mi memoria.

Salimos de trabajar como a las 13:30, fuimos a almorzar y como a las 14:30 arancamos para el gimnasio. Primera razón para odiarlo: coincide con la hora de mi siesta, esa porción sagrada del día de la cual depende que el resto de la jornada yo no sea un inservible.

Llegamos al gimnasio y, como buen pajero, un piensa, <por lo menos se podrá ver un par de minas en calzas, culos duros como un coco y tetas suspendidas en corpiños deportivos>. Resulta que no. En este puto gimnasio no hay actividades muy femeninas (aerobics y esas boludeces) sólo hay pileta y aparatos (ni siquiera voy a dedicar un párrafo a las minas de la pileta porque las mallas enteras no son sexys y además, están todas para atrás. Eso sin tener en cuenta a las viejas, los viejos, los pendejos y los gorros de baño).

Continuamos con la odisea. Algo bueno; a la hora de la siesta nadie va al gimnasio. Puedo desplegar sin avergonzarme un pantalón flojo y una remera hecha mierda.

Cuando estoy en el último suspiro de la última serie de pres de banca (la cara desfigurada por una mueca que expresa el esfuerzo sobrehumano que estoy haciendo por levantar una barra con muchos menos discos que los que utiliza el alfeñique más patético del gimnasio) caigo en cuenta de que lo que estamos escuchando es la 100.5. Siento en mi interior un veneno que me sale por los poros, que me llena de furia, que hace que no tome las mancuernas más livianas, sino las que le siguen y me ponga a hacer bíceps desenfrenadamente mientras pienso en cuál puede ser la pose más dolorosa para realizarle una tortura sexual a Gabriela Tesio. De repente, algo mejora. Los espejos trucados que cubren las paredes empiezan a hacer efecto. Siempre fui más bien flaco, así que con un poco de estimulación los músculos de los brazos ya empieza a marcarse, me estoy volviendo bello, bello y deforme porque el mismo efecto del espejo que hace que a uno se le vean los brazos más anchos, hace la cara se me vea como si hubiera dedicado mi vida al boxeo y me hubiera ido mal en cada una de las peleas. Dentro de todo, poder sacar mi ira en forma de insultos sin sentido me divierte un poco con mis amigos (Se los digo acá porque no estoy acostumbrado a esta sinceridad: ustedes dos no van a tener forma de personas ni aunque pasen el resto de su vida en un lugar como ese, igual me caen bien. Uno más que el otro, pero soy el jefe y no puedo hacer diferencias).

Pasa una hora, una hora y cuarto. Estamos haciendo abdominales. Estoy convencido de que no tengo más remedio que hacer abdominales, de que mejorando mi abdomen hasta podría levantarme a la cajera del súper que se excita cuando le pago con moneditas. Hago cien, hago doscientas, hago 900 abdominales, me pongo de pie, pelo la panza frente al espejo y me doy cuenta de que nada ha cambiado. La escena es bastante patética porque a esa altura ya hay más gente en el salón (un salón inmundo, por cierto) y porque pegado en el espejo de esa pared hay un afiche que promociona la elección de la reina del durazno en no sé qué localidad de por acá. Me siento abatido, me siento humillado, me siento cansado, odio a mis amigos, odio al resto de las personas que están en el gimnasio (sobre todo a un renguito que me mira feo), odio a Gabriela Tesio y me convenzo de que no voy a volver, de que nunca voy a volver a traicionarme a mí mismo de esa manera. Antes de irme vuelvo a mirarme en el espejo y me doy un chirlo en el culo. Firme como un melón.

¡Que les den candela…!

abril 6, 2008

…!Que les den castigo! (Cómo los cagaría a trompadas).

– Sergio Zuliani

– Jorge Cuadrado

– Lalo Freyre

– Cristian Bazán

– Lanchita Bizio

– Aquiles Comento

– Sofovich

– Las boluditas de Call Centers

Continuará… (pueden sumarse)

¡Guarda!

febrero 25, 2008

Hoy amanecí sodomita, así que ni se me crucen.

La Más Rara Que Me Ha Tocado

febrero 15, 2008
A ver a quién le tocó sufrir una Google Ad más bizarra que ésta:
 

Dios Le Ama

Se puede recibir Jesucristo Como Salvador

No Al Cospelazo, Se Viene El Pendejazo

febrero 8, 2008
Esto me llegó por mail y, apesar de que me opongo absolutamene a todo tipo de cadenas, me pareció apropiado difundirlo. Perdón por las mayúsculas, lo escribí yo.
Sumáte a ésta (campaña).

Campaña cospel y pendejos
‘SUBITE AL PARO, NO AL COLECTIVO»
¡¡¡11 DE MARZO: SUBITE AL PARO PEATONAL EN CONTRA DEL AUMENTO DEL COSPEL!!!PARA NO USAR EL BONDI PODES: COMPARTIR EL AUTO CON UNO, DOS O MAS PERSONAS; ANDAR EN BICI QUE NO CONTAMINA; CONSEGUIR UN MONOPATÍN; UN ZULKY; HACER DEDO; ECHATE UN FALTAZO; HABLA CON TU JEFE; CAMINAR, SI CAMINAR Q HACE BIEN; USAR EL TREN, ANDAR EN ROLLERS; CONSEGUIR UN GOMÓN Y TIRARTE POR LA CAÑADA; ANDAR A COCOCHO DE UN VECINO; PONERSE DE NOVI@ CON QUIEN TENGA MOTO ASI TE LLEVA (USA EL CASCO); DORMIR HASTA MAS TARDE; HACER UNA CABALGATA; COMPRAR UN RED BULL QUE TE DA ALAS; SALIR EN EL TRICICLO DE TU HIJO/A O LO QUE CREAS NECESARIO PARA NO USAR EL COLECTIVO BAJO NINGÚN MOTIVO!!!¡¡¡¡NUESTRA PRESIÓN TIENE QUE MODIFICAR LAS COSAS!!!!POR FAVOR, CORTA Y PEGA ESTE MAIL Y ENVIALO A TODOS TUS CONTACTOS POR FAVOR PARA QUE DE UNA VEZ POR TODAS HAGAMOS SENTIR EL PARO!NO TE OLVIDES: 11 DE MARZO SUBITE AL PARO Y NO AL COLECTIVO!$1,60 es el boleto
mas caro de la Argentina

Aumento, las pelotas

febrero 1, 2008

No conozco a nadie que no se sienta ofendido/vejado/abusado como usuario del transporte público de pasajeros. Muchos me han comunicado su desprecio/odio/repugnancia, tanto por el servicio como por el inminente aumento de las tarifas.

Cuando se discuten estos temas, siempre se hace a un lado al usuario, nadie le pregunta, nadie lo tiene en cuenta. Hasta ahora.

Esta campaña tiende a demostrar la indignación del usuario y, de paso, a desinflarlo un poco de bronca.

El procedimiento es el siguiente: Cuando se espera el colectivo, se introducen los dedos mayor, índice y pulgar dentro de la ropa interior y se tironea un poco de vello púbico. La idea es rejuntar un pequeño manojo de pendejos para adjuntarlos al cospel en el momento de pagarle al chofer. Es como una carta de protesta, pero más gráfica.

Campaña cospel y pendejos

Ya puedo imaginar las repercusiones de esta protesta. Choferes rogando a las autoridades para que conformen a los pasajeros porque es “su” dignidad la que se pone en juego ahora.

Además, puede llegar a ser divertidísimo.

Aclaración: Quienes me conocen saben que soy un ferviente admirador de las conchas depiladas, y como sería contradictorio fomentar por un lado la depilación de las conchas y por otro la utilización de pendejos como medio de protesta, voy a proponer la fundación de un banco de pendejos, para que nadie se quede sin poder manifestar su ira.

Si todos nos sumamos, esto puede llegar a dar que hablar.

Indignado

enero 30, 2008

El cospel sube de nuevo y el intendente cara de vieja dice que está bien. El intendente cara de vieja sube el cospel y me pone los huevos por el piso. El servicio es una mierda, los choferes son cada vez más otarios y cada vez hay más viejas que reclaman los primeros asientos. El precio del boleto con tarjeta es 10 centavos menos caro que con cospel. En mi barrio hay sólo dos kioscos que venden cospeles y ninguno que cargue tarjetas. Cuando en el barrio los kioscos se quedan sin cospeles siempre se oye la misma historia:

-¿Le puedo pagar?

Si sos una mina y estás buena te dice que sí. Si no, te dice que no.

– Comprale a otro pasajero.

Estamos en la punta de línea. Todos los pasajeros hasta ese momento son del mismo barrio y, por supuesto, ninguno pudo comprar cospeles por la carencia mencionada. Ahí es cuando se pone bueno.

-Nadie tiene.

-Entonces no te puedo llevar.

-Bajáme si sos tan pulenta.

Y las amenazas se suceden hasta que empiezan a llover puteadas desde atrás y el chofer empieza a sentir que se hace caca encima.

Se vive una excitante tensión después de eso hasta llegar al centro porque el chofer ya no se anima a decirle a ninguno de los nuevos pasajeros que no puede pagarle y, cuando le preguntan:

-¿Le puedo pagar?

El chofer mira por el espejito hacia atrás y todos lo miran con una sonrisa tipo Gioconda y dicen para sus adentros:

-Tomá, culiado.

Tengo la suerte de que al R2 y al V1 suben minas que están muy buenas. Sin embargo, no pienso pagar por eso. No valen un aumento del 33%.

Sr. Intendente: Agárremelá.

Para despanzurrarse de risa (o lástima)

enero 25, 2008

Todas las semanas paso por acá:

http://www.shelleytherepublican.com

y me despanzurro de risa (¡cómo me gusta este verbo!)

Se los recomiendo con todo el corazón. Es la boludez en su máxima pureza.

No se pierdan los comments.-

Virginia

enero 21, 2008

Julio levantó un adoquín con las dos manos y lo sostuvo debajo del mentón por unos instantes. La espalda se le arqueaba hacia atrás por el peso.

– ¿Lo matamos? – me preguntó

– Ya está muerto- le dije yo que nunca fui muy despierto pero que sabía distinguir unas tripas saliendo entre las plumas cuando las veía. Subió los hombros como diciendo ¿Qué importa? Y soltó la piedra con toda la fuerza que pudo sobre el gorrión. La cabeza salió disparada y quedó entre mis piernas. Me miró, se rió y me dijo:

– ¿Vamos a ver si le vemos las tetas a la Virginia?

Y Fuimos. Siempre íbamos. Los recuerdos del verano en mi infancia podrían reducirse a las tetas de Virginia. Las descubrimos sin querer una vez a la siesta cuando, subidos en el techo del vecino, encontramos un cajón con revistas viejas en donde podían verse algunas mujeres desnudas en blanco y negro. Las revistas eran Semanario y por aquel entonces parece que era sexy que las mujeres tuvieran pelos en la concha. A mí me gustan depiladas. Hoy me gustan depiladas pero en aquel entonces jamás había visto una que no estuviera en esas revistas. Años más tarde conocería mejor la naturaleza femenina en fotos a color de revistas de mi generación. Las conocí en el colegio. Es verdad que uno aprende más de lo que se imagina. La primera revista eminentemente pornográfica que llegó a mis manos, era una Eroticón en cuya tapa aparecía una mina que ostentaba el extraño record de poseer tetas de siete kilos y medio cada una. No eran tetas agradables pero lo que a mí de verdad me interesaba eran las conchas, y había muchas.

Eso fue después, cuando ya había comprendido lo que era una concha, pero en esos días, en aquella siesta de verano –lo recuerdo como una aparición de la virgen, como un milagro-, cuando Julio me dijo- Mirá, mirá, se le ven las tetas-, lo que me puso la piel de gallina eran las tetitas de Virginia. En el patio de su casa, que se comunicaba por la medianera con el patio de la mía, Virginia tomaba sol. Estaba recostada en una toalla sobre el pasto y se había quitado el corpiño del biquini para que no se le marcaran las tiras.

Las tetas de Virginia formaron parte de la mitología de nuestra infancia. Siempre volvíamos al mismo lugar para volver a verlas, pero nunca más las vimos.

Años después, ya en mi pubertad, sabiendo ya no sólo cómo era una concha, sino también para qué servía, me presentaron a Virginia en una fiesta. Lo recuerdo bien. Nos saludamos con un beso y desde ese momento no pude dejar de mirarle las tetas. Tenía una remera con un escote no demasiado provocativo, pero yo no necesitaba más que eso. Ya las conocía, esas tetas habían sido objeto de mi devoción. Con ellas, creo, había aprendido a masturbarme. Después del saludo sentí la que debe haber sido la erección más incómoda de mi vida. Presentía que todos podrían apreciarla y temía que alguien lo hiciera notar en voz alta. Ya le había sucedido así a un compañero del colegio, al Palanca, y el pudor se convertía más bien en temor. Con una mano en el bolsillo intentaba acomodarme la pija hacia arriba, para que no hiciera bulto. Imagino ahora ese cuadro y pienso que no podría haber sido más patético. Ella estaba ahí, Virginia, la primera aproximación que tuve a lo que era una mujer. Virginia. Noches de insomnio, atardeceres sobre el techo, asomado sobre el tanque de agua del vecino, mirando para el patio, rogando al dios de las mujeres desnudas para que volviera a aparecer. Virginia. Que apareciera y me descubriera y disimulara. Que volviera a recostarse en una toalla roja sobre el pasto y volviera a desnudarse para que yo pudiera dormir tranquilo. Que se desnudara y después me llamara, que me dijera – Vení y me dejara morder sus tetas, chuparlas, sacarle la bombacha y sentir la humedad de su sexo. Que me tomara la cabeza y la llevara hacia ahí abajo, para que le chupe la concha, para hacerme escuchar de verdad esos jadeos que había escuchado tantas veces en mi casa, en mi habitación, en mi cabeza. Virginia. Esa noche no hablamos más; ella era un par de años mayor que yo y poco debe haberle interesado cualquier interacción conmigo.

 A veces subo a fumar un cigarrillo al techo del vecino. Las revistas ya no están, ignoro completamente cuál  habrá sido su destino, pero detrás del tanque de agua, en aquel patio, Virginia sigue apareciendo, casi desnuda, buscando su cuota de sol, me ve, me saluda, pero nunca va a poder siquiera imaginarse el poder que tiene sobre mí.